Justo en el marco del 32º aniversario de Playa del Carmen como municipio autónomo de Quintana Roo, estalló un misil político cuando, en plena transmisión especial de la radio local, Gabriel Mendicuti, ex presidente municipal y ex secretario de Gobierno, acusó al también ex edil y ex gobernador Carlos Joaquín González -a la fecha, inamovible embajador de México en Canadá-, de haber “vendido el estado al crimen organizado”.
De eso ya mucho se sabía, pero el verdadero escándalo fue el señalamiento directo al hijo del ex gobernador, Carlos Nassim Joaquín Rejón, a quien Mendicuti acusó de ser el cobrador del “derecho de piso” en la expansión del crimen organizado durante el sexenio de su padre.
Una denuncia tan grave como reveladora, que proviene de un político curtido, mesurado e inteligente, que incluso padeció la cárcel bajo la persecución borgista de Carlos Joaquín. Lo dicho por Mendicuti destapa un patrón enfermizo en la política mexicana: la figura del “junior” del poder, ese hijo bien colocado que opera los grandes negocios detrás del trono.
A sus 27 años, Carlos Nassim ya tejía redes empresariales con funcionarios en activo. Fundó Grupo Parejo del Sureste, junto con el entonces titular del SAT Quintana Roo, y luego vendrían más sociedades como Rentas y Restaurantes Místicos, todas legalizadas en Playa del Carmen, epicentro del poder familiar.
El “junior” adquirió terrenos en Yucatán a centavos por metro cuadrado, fundó inmobiliarias como Found Brokers y expandió su alcance en Tulum, Cancún y Cozumel con el respaldo de primos y aliados políticos.
Licencias, cambios de uso de suelo, permisos exprés: todo fluía con el sello del heredero. No era un simple beneficiario, sino el operador central del sistema de negocios sucios del sexenio joaquinista.
Hoy, mientras Carlos Joaquín representa a México en Canadá, su hijo sigue moviéndose discretamente en Playa del Carmen, sin escándalos mediáticos -hasta el de ayer-, pero con vínculos que aún sostienen negocios millonarios. Si las acusaciones de Mendicuti se sostienen, el derrumbe será no sólo diplomático, sino judicial.
ZARPAZO
El caso de Carlos Joaquín Jr. recuerda al de Fabián Granier, hijo del ex gobernador tabasqueño Andrés Granier, quien fue (2007-2012) operador de obras públicas, cobrador de “diezmos”, controlador de contratos y hasta de los aviones oficiales. El mismo molde.
Y en el presente, todos los reflectores apuntan ahora al hijo mayor del ex presidente AMLO: Andrés Manuel López Beltrán, señalado como operador financiero del sexenio pasado, beneficiario -con sus amigos-, de contratos en Dos Bocas, Tren Maya y Pemex.
Hoy, mientras Sheinbaum llama a los morenistas al recato y la humildad, el “junior” López vacaciona en hoteles cinco estrellas en Tokio. El discurso se tambalea cuando los hijos del poder no sólo repiten los vicios del pasado… sino que hasta los superan.