Mientras Tabasco se sacude con la orden de aprehensión girada contra Hernán Bermúdez Requena, ex secretario de Seguridad Pública, buscado ya por Interpol a petición de la FGR, el silencio de Adán Augusto López Hernández -su ex jefe y protector-. retumba más fuerte que cualquier patrulla.
Fue él quien, siendo gobernador, lo impuso a pesar de que Bermúdez ya cargaba investigaciones federales por presuntos vínculos con el crimen organizado. Hoy, el estado padece la herencia de violencia que tejieron juntos, pero Adán sigue campante en el Senado, operando para mantener su feudo político en Morena sin que nadie lo investigue ni le ponga un alto… hasta ahora.
Aquí en Quintana Roo no cantamos mal las rancheras y también hemos tenido -para vergüenza-, nuestros “Bermúdez”. Ahí están Jesús Alberto Capella Ibarra y Carlos Bibiano Villa, los dos casos más recientes y escandalosos.
Capella llegó en tiempos de Carlos Joaquín (entre 2018 y 2022), presumido como “gurú” de seguridad, con medallas y diplomas rimbombantes. Desde Morelos, Cuauhtémoc Blanco le advirtió al entonces gobernador que Capella había sembrado una mafia policiaca allá... pero el aviso fue ignorado y el mando repitió el guión: represión, cifras maquilladas y protección a grupos criminales.
Por su parte, Bibiano Villa aterrizó en el sexenio de Roberto Borge (2011-2013), vendiéndose como descendiente del mismísimo Pancho Villa. Ridículo total: Pancho Villa, en realidad, se llamaba Doroteo Arango y su leyenda se desmoronó cuando, entre su folclor y sus condecoraciones, lo acusaron de abusos, desapariciones y de usar la Policía como aparato de extorsión.
Ambos personajes se fueron por la puerta trasera, dejando mafias y desconfianza en las fuerzas policiacas que ha costado erradicar.
ZARPAZO
En los municipios también brotaron pequeños “Bermúdez”. Ahí están, por solo citar algunos, Jesús Pérez Abarca, sacado a golpes por sus propios policías en Cancún, o Eduardo Santamaría, el que ordenó disparar contra manifestantes feministas en 2020.
Queda claro que, en México, muchos jefes policiacos llegan con diplomas, se van con acusaciones y dejan tras de sí un reguero de violencia. Mientras tanto, los verdaderos responsables políticos siguen blindados, mudos y… peligrosamente activos.