El calor en la avenida CTM con Lilis no solo era del sol del mediodía. Desde tempranas horas, una densa humareda cubría la zona, alertando a vecinos y transeúntes. Entre la maleza seca y el matorral bajo, avanzaba el Heroico Cuerpo de Bomberos de Playa del Carmen, abriendo paso con mangueras, palas y determinación para combatir un incendio que amenazaba con extenderse por más de una hectárea de terreno.
"Ya está controlado", informó el oficial Marco Antonio Santos, con el uniforme manchado de ceniza y el rostro curtido por el esfuerzo. "Después del almuerzo ya se procede a liquidarlo completamente".
Desde las 9:30 de la mañana, sus compañeros y él comenzaron la labor. A pie, con equipo de ataque rápido y apoyados por dos carrotanques, caminaron más de 300 metros desde la carretera hasta el punto crítico.
El fuego, como explicó Santos, varía su comportamiento según la hora del día: se intensifica con el calor de la tarde y se apacigua por la noche, solo para reactivarse al amanecer. En terrenos con vegetación seca, incluso un cigarro mal apagado puede causar un desastre.
“Mayormente son personas que entran a fumar sin precaución... Para que se prenda solo está difícil”, añadió.
Pese al esfuerzo del equipo, algunos medios reportaron erróneamente que el incendio tardó tres días en apagarse. La realidad es que fue una sola jornada de trabajo continuo, con relevos perfectamente coordinados: cuatro elementos entraban, cuatro salían, manteniendo el ritmo hasta dejar solo humo disipándose en el aire.
“Todo se hace en conjunto. Este trabajo no es de uno, es de todos”, enfatizó el oficial, mientras dirigía las últimas maniobras para enfriar el terreno y evitar reactivaciones.
Aunque no hay evidencia de que el incendio fuera provocado intencionalmente, sí existen indicios de descuido humano.
El trabajo de los bomberos no siempre se ve. No todos notan las brasas que arden después del humo. No todos escuchan los gritos de “¡presión, presión!” mientras la manguera avanza. Pero ahí están, siempre listos.
Trabajan por todos, sin pedir nada a cambio más allá del respeto y el reconocimiento a una labor que exige cuerpo, mente y corazón.
Mientras la ciudad sigue su curso, ellos siguen allí: entrando donde nadie más entra, apagando más que incendios, encendiendo confianza.